Pensamiento Estratégico
Pensamiento estratégico se entiende como la capacidad de pensar en imágenes del futuro. Un enfoque sistémico permite planificar, predecir, prever nuevas oportunidades y esforzarse por aplicar opciones interesantes.
En una mañana del mes de junio de 1718, el arzobispo de Canterbury salió en coche de su quinta para ir a Londres, en donde habría de cobrar cierta cantidad. Con las manos blancas y finas, cruzadas entre el vientre, y llena el alma de satisfacción, contemplaba la naturaleza, recreándose con el aire sano de la madrugada. Poco rato hacía que el sol había salido; el cielo purísimo prometía un tiempo excelente para el viajero y el bosque exhalaba perfumes suaves, pues ha de saberse que en aquellos tiempos crecían hermosos abetos en los puntos donde hoy se extienden los suburbios de Londres.
El único acompañante del arzobispo era un Jockey de unos trece años, pues para poder disfrutar a sus anchas de aquella hermosa mañana, Su Eminencia se había separado de las demás personas de su séquito...
Todo transcurría muy normal hasta que, al cruzar un recodo del camino, se le ofreció una singular aparición. Extendido en el césped se hallaba un campesino de agradable presencia, tenía la cabeza apoyada en las manos e inclinada sobre un tablero de Ajedrez, en el cual se veía una posición de una partida. La lucha se presentaba en toda actividad, las fuerzas blancas y las negras se hallaban entrelazadas y algunas piezas ya habían desaparecido del tablero. Sin embargo, el jugador estaba solo; o así por lo menos le pareció al arzobispo, quién mandó a detener su carruaje para contemplar aquel juego tan original. Efectivamente, no había nadie que fuese el contrincante de aquel indviduo, el que estaba solo y enfrascado en su juego mirando de vez en cuando hacia el cielo como interrogándole. Movido por la curiosidad, el arzobispo bajó del carruaje y se dirigió al jugador de Ajedrez.
- ¿Qué hacéis, buen amigo?, le preguntó.
- Ya lo ve Su Eminencia: juego al Ajedrez.
- Parece que me conocéis.
- Si, por cierto, Su Eminencia es el arzobispo de Canterbury.
- Pero vos estáis solo, ¿dónde está vuestro antagonista?
A esta pregunta el campesino señaló con la mano al cielo y contesto con seriedad:
- Mi antagonista es el buen Dios, S. E.
Al oír esta respuesta el arzobispo no pudo contenerse y soltó una alegre carcajada, pero el jugador sin perturbarse, continuó la partida y sus manos iban de uno al otro lado del tablero, puesto que, como se comprenderá, él movía las piezas del bando con que jugaba el buen Dios.
- Las pérdidas no os resultarán muy caras; observó al cabo de un buen rato el arzobispo, que contemplaba lleno de compasión al extraño personaje.
- No lo crea Su Eminencia, repuso rápidamente el joven, Dios es el menos indulgente de los acreedores, pues no me da ni un instante de espera, como podrá convencerse de inmediato, Su Eminencia. Hoy no he jugado bien, mire ahora, Dios ha capturado mi último alfil y no lo puedo remediar. Y para mayor pena ahora avanza con esa maldita Torre que yo no puedo tomar; antes de advertirlo ya me habrá dado jaque mate. Vea usted, ya terminó la partida, mire mi posición, y diciendo estas palabras, sacó del bolsillo una bolsa y entregó dos guineas al arzobispo.
- Cuando pierdo, continuó el campesino, Dios me envía al momento una persona para cobrarse la ganancia. Ahora la apuesta era de dos guineas; tomadlas y que sean para los pobres.
- El buen arzobispo debió aceptar las monedas a pesar de sus negativas, acto seguido el jugador recogió sus trebejos y se interno en la espesura del bosque.
- Ese infeliz está rematadamente loco, pensó mientras se volvía a su coche, y dando la orden de marcha al Jockey llego a la capital sin otro incidente.
- Al anochecer, cuando se ponía el sol, el distinguido viajero regresaba a su quinta. Al encontrarse en el mismo lugar donde por la mañana había hablado con el extraño ajedrecista, vio que este se encontraba otra vez allí, jugando una partida. El arzobispo no trato de detenerse, a causa de lo avanzado de la hora. Cuando el campesino observó eso, de un salto se levantó y tomando con fuerza a los caballos, hizo detener el coche.
- Yo espero, exclamó, que Su Eminencia se digne examinar la partida que acabo de concluir en este momento.
- Mucho lo siento amigo mío, pero es muy tarde y no puedo perder tiempo.
- Le exijo bajar al momento, dijo con vos ruda aquel hombre, a la vez que abría la portezuela del carruaje.
- ¿Qué significa ese tono? Preguntó el arzobispo, a punto de encolerizarse, pero se resignó y bajó del coche por temor de exasperar al loco.
- Ya sabéis que esta mañana perdí, dijo el hombre mientras enseñaba el tablero al arzobispo. Hace ya 14 días que siempre pierdo, pero por fin, hoy me he logrado concentrar y la suerte se ha vuelto a mi favor. Ves, acabo de dar mate al buen Dios.
- Mucho me alegro, pues Dios no dejara de pagarte.
- Si, por cierto. Siempre que gano me envía un mensajero que me satisface y paga la apuesta con tanta puntualidad como yo las mías.
- Ahora nos jugábamos mil guineas que seguro Su Eminencia me las pagará.
Al oír esto el arzobispo dio un paso atrás.
- Digo la pura verdad, continuó el jugador, además tengo por aquí algunos amigos que podrán confirmar mis palabras.
En aquellos tiempos las cercanías de Londres no tenían mucha fama de seguridad y no eran raros los contratiempos por el estilo del que ocurría ahora al arzobispo. Este sorprendido, y más irritado quizá por la treta que por la pérdida del dinero, sacó su bolsa y, por temor a los amigos mencionados, la entrego al jugador de ajedrez, diciendo.
- Tomad estas mil cien guineas y reconoced que Dios da siempre a sus criaturas más de lo que promete.
Y subiendo al coche se alejó rápidamente.
Desde entonces nunca más pasó por allí el arzobispo sin ir acompañado de numerosa comitiva, pues a pesar de su piedad, no estaba dispuesto a volver a ejercer el cargo de tesorero de Dios en aquella forma de marras.